martes, 5 de mayo de 2009

Ponyo en el acantilado


Ha vuelto a pasar. Llega, nos cuela sus filmes en la gran pantalla y se queda tan tranquilo en su despacho de los Studios Ghibli. Y es que Hayao Miyazaki es así. Hombre de pocas palabras, su expresividad se muestra tras su tradicional dibujo puesto que no parece querer sucumbir a la era digital. Su último trabajo: “Ponyo en el acantilado”, que relata la historia de una pececita que tras conocer a un niño de cinco años quiere ser humana.

La película ya se ha visto como una revisión del clásico de Disney “La Sirenita”, pero salvo por el color de pelo de la protagonista y una oposición parental a esa unión más que patente, Ariel y Ponyo están muy lejos de ser familia. Cierto que la trama puede parecer la misma, pero Miyazaki, como hace en todos sus filmes, aprovecha el espacio fílmico para mandar un mensaje comprometido. En este caso da paso a una reflexión sobre el medio ambiente, más en concreto con respecto al agua. Así podemos ver como Fujimoto, el padre, se queja constantemente de toda la porquería que hay en el agua, o como Ponyo, siendo aun pez, es arrastrada por una red que lleva consigo toda la basura del fondo del agua, y vemos como el agua ataca la ciudad cuando los poderes de la naturaleza se descontrolan. ¿Cómo resuelve este problema el director? Creando un vinculo de amor y amistad entre los protagonistas, una clara metáfora sobre el respeto que debemos tener a la naturaleza.

A parte del tema de la naturaleza, que ya había tocado con “La Princesa Mononoke” de forma más patente, otro asunto que tampoco es novedoso es el respeto a los ancianos. Sí que es mucho más patente que en otras películas, cuando vemos a Sosuke, en la residencia donde trabaja su madre, el trato que tiene con las señoras de ahí; o como, tras la inundación, la primera preocupación de todos son las ancianas de dicha residencia.

Así que aquí nos presenta su último trabajo. Un filme que aún con todo el contenido que tiene de fondo, es una fábula ideal para niños, donde aprenderán a sentir respeto y amor por todos los seres, incluso aquellos de una procedencia distinta a la suya. Otra lección magistral que a pocos dejará indiferentes.